Él está allí y, donde muchos se desmoronarían, resurge.
La porción de mundo en el que está confinado no le pesa. Es más amplia que la prisión que lo acompañó a todos lados y que nunca detectó; es más benigna que la otra cárcel que lo llevó a ser quien fue; es más luminosa que el calabozo donde arrojó parte de su ser; y es más calma que la voz que gobernó el fluir de sus palabras. Sí, para él su cuerpo fue su prisión; su historia, su cárcel; sus represiones, su calabozo; y su obsesión, su dueño.
Juan, apodado el bautista, está confinado en las mazmorras del palacio de Herodes. Y ahora, el hombre que creía vivir libre en el desierto, deberá aprender a conquistar una nueva libertad en su cautiverio. Su mente y su corazón serán el lugar donde registre sus convicciones, preguntas, emociones y anhelos; ellos constituirán el diario que jamás escribirá y que, al mismo tiempo, existirá por siempre grabado en su propio ser. Este prisionero se transformará en un hombre en camino y entonces… ¿quién sabe qué verdad podría llegar a descubrir que afecte toda su vida?
El lugar donde comienza este diario de Juan es el lugar donde muchos de nosotros estamos: aislados del resto, encerrados en nuestras ilusiones y fantasías tras los barrotes de nuestras compulsiones y fijaciones, pobres en certezas y ricos en dudas.
Y así cómo él fue liberado por el advenimiento de Alguien al que supo reconocer mayor que él, también cada uno de nosotros puede cooperar en el surgimiento desde nuestro propio interior de una realidad que es más grande que nosotros mismos y que también nos ofrece redención en nuestro cautiverio.
En la base de estas reflexiones están presentes tanto los textos bíblicos que refieren a Juan como el proceso de individuación según la concepción de C. G. Jung.
En lo que respecta a las Escrituras, Juan aparece en los cuatro evangelios.
En Marcos es quien abre la narración y se convierte en el nexo entre los dos testamentos.
En Mateo Jesús mismo habla sobre su persona y ministerio.
En Lucas aparece conectado a Jesús desde su concepción y mantiene un diálogo desde la prisión.
En Juan es quien envía a Jesús a los primeros discípulos y se ve que su comunidad bautista continúa más allá de su muerte.
La característica común es que en todos aparece como aquél que bautiza a Jesús y ve descender al Espíritu sobre él. Posee también una gran vinculación con el Antiguo Testamento, tanto por su mensaje que se entronca con Isaías, como por su persona que se conecta con la de Elías.
En cuanto al proceso de individuación, según Jung, es el desarrollo completo del ser humano. Implica, inicialmente asumir los complejos autónomos: núcleos de imágenes y energías que están en el inconsciente y poseen una vida propia. Entre ellos destacan:
– La sombra: todo aquello que somos y que para ser aceptados en nuestro entorno hemos ocultado a los demás e incluso a nosotros mismos.
– La máscara: esa forma habitual de mostrarnos y con la que el yo tiende a identificarse.
– El ánima: en el varón es la personificación de todas las tendencias psicológicas femeninas en la psique, tales como vagos sentimientos y estados de humor, sospechas proféticas, captación de lo irracional, capacidad para el amor personal, sensibilidad para la naturaleza y relación con el inconsciente.
– El ánimus: en la mujer puede personificar un espíritu emprendedor, atrevido, veraz y en su forma más elevada de profundidad espiritual.
Integrando la sombra y el ánima o ánimus (según el género de la persona) se prepara el camino para la manifestación de una unidad o yo superior, sí mismo o centro organizador: es la totalidad de la psique y el punto al que tiende el proceso de individuación.
Cada uno de los capítulos permite trabajar los temas que se abordan desde la psicología y la espiritualidad a través de una serie de actividades. Éstas son simples orientaciones que podrán ser recreadas desde las necesidades concretas de cada persona o grupo. Y los tópicos a desarrollar son tan amplios que el objetivo, lejos de pretender abarcarlos en su totalidad, es incentivar a cada uno a la propia profundización personal.
El camino hacia la identidad personal profunda y esencial es la búsqueda de la propia verdad personal. Es volver a confrontarnos con el desafío inscripto en el frontispicio de Delfos, Conócete a ti mismo, desde una actitud despojada de prejuicios que comienza su búsqueda diciéndose: “Yo solo sé que no sé nada”. Así se abre el camino a una verdad que contiene una promesa de liberación vital.
La pregunta sobre la propia identidad nos lleva siempre un poco más allá de nuestra habitual orilla insular de ideas y costumbres y nos impulsa a adentrarnos en un mar donde un misterio resurge y lejos de evadirse nos abarca y abre a una nueva plenitud.
Este interrogante fue poética y dramáticamente planteado por Dietrich Bonhoeffer durante la segunda guerra mundial. Este joven teólogo luterano fue encarcelado y condenado a la horca. En ese período de prisión escribió diversos textos, entre ellos este poema “¿Quién soy yo”. El mismo refleja una pregunta de muchos y el sentido de este trabajo.
“¿Quién soy? – Me preguntan a menudo –,
Que salgo de mi celda,
sereno, risueño y firme,
como un noble en su palacio.
¿Quién soy? – Me preguntan a menudo –,
Que hablo con los carceleros,
libre, amistosa y francamente,
como si mandase yo.
¿Quién soy? – Me preguntan también –
Que soporto los días de infortunio
con indiferencia, sonrisa y orgullo,
como alguien acostumbrado a vencer.
¿Soy realmente lo que otros afirman de mí?
¿O bien solo soy lo que yo mismo se de mí?
Intranquilo, ansioso, enfermo, cual pajarillo enjaulado,
pugnando por poder respirar, como si alguien
me oprimiese la garganta.
Hambriento de olores, de flores, de cantos de aves,
sediento de buenas palabras y de proximidad humana.
Temblando de cólera ante la arbitrariedad y el menor agravio,
agitado por la espera de grandes cosas,
impotente y temeroso por los amigos en la infinita lejanía.
Cansado y vacío para orar, pensar y crear,
agotado y dispuesto a despedirme de todo.
¿Quién soy? ¿Éste o aquel?
¿Seré hoy éste, mañana otro?
¿Seré los dos a la vez? Ante los hombres, un hipócrita,
y ante mí mismo, un despreciable y quejumbroso débil?
¿O bien, lo que aún queda en mi se asemeja al ejército batido
que se retira desordenado ante la victoria que creía segura?
¿Quién soy? Las preguntas solitarias se burlan de mí.
Sea quien sea, tú me conoces, soy tuyo, ¡oh, Dios!”
Valoraciones
No hay valoraciones aún.